Conejo y el grifo: Cruce de señal
Cielo arriba salieron todas las estrellas con que contaba la noche. Resurgieron tan esplendorosas que no fue menester esperar el espectáculo lunar para inspirarse.
Tierra abajo, los jóvenes salían también de sus moradas llenos de gusto, con sus “cuadres” de película, como si las aceras fueran dominio de sus conquistas. En sus bolsillos, ni un colorao; ni de más, ni de menos; en cambio, les sobraba ilusión para derrochar y entusiasmo para contagiar. El mundo era su destino, el corazón su GPS.
—Grifo el diablo vámono —gritó Conejo desde la calle.
—¿Ya tú tá listo? Uuuuu, pero tú no relaja- cuestionó el Grifo mientras se daba los últimos toques.
Consciente de sus debilidades, Conejo iniciaba su rutina vestimentaria con pasmosa rigurosidad desde media tarde, dando inicio con el minucioso planchado de camisa y pantalón. Los zapatos los ponía a brillar, espejeaban. En adición, invertía mucho tiempo redondeando su medio afro, fuerza de palmaditas; contrario al Grifo, que era muy dejao.
—Esto como que tá un poco frío —receló El Grifo, al llegar al parque.
—Yo te lo dije, que no bajáramos hoy —se encogió Conejo —La policía está embromando mucho en estos días de huelga. Vámonos de aquí, —apuró.
—Pero acabamos de llegar, copay. Espérate un rato, a ver si vienen los muchachos. Buen ruín —le reprendió el Grifo.
Mientras miraba para todos los lados, Conejo insistía en dejar el área del parque. Por más que el otro suplicaba, no logró convencerlo de que se quedasen; era muy miedoso.
—Vámonos que se me está revoloteando el estómago. Tú sabes como yo me pongo. Retirémonos, hombre de Dios. Al amigo no le quedo mas que complacerlo.
En el camino siguió apresurando, Conejo.
—Ahora si es verdad, no aguanto más. Necesito un baño urgente. Camina, camina…
A una esquina antes de su casa, no pudo más con el peso de sus cólicos.
—Bueno, entra al patio de Pariona, descarga ahí, en silencio —le indicó el Grifo.
Lo que no sabían era, que Pariona tenía liviano el sueño, y al sentir movimientos en su patio, reclamó autoritaria.
—¿Quién está ahí, jem, jem, Jummm?
—Es Conejo, que está orinando, mi doña —respondió el Grifo, cubriendo a su amigo.
Pariona, que no era tonta, ripostó remolona.
—¿Orinando?… ¿y por qué puja?